En el comedor del club, Iker dibuja en un folio una línea del tiempo y subraya un punto: marzo de 2006, el mes en el que comenzaron a preparar los Juegos. Todo desde entonces gira en torno a Pekín. Su trabajo y su vida. La pareja comparte piso en Mallorca con Bárbara, la novia de Iker. Y en los hoteles son a veces Iker y Xabi los compañeros de habitación mientras sus parejas están en otra. "Estamos acostumbrados a vivir los tres juntos", dice Bárbara, que trabaja en la organización de regatas; "son un matrimonio total. Xabi me dice: 'Ay, cuánto te falta para conocer a Iker...' ¡Lo conoce mejor que yo!".El idilio comenzó en 1998, cuando se unieron "por casualidad" para competir en una clase inédita en España, el 49er (barcos con eslora de 4,99 metros). Xabi, ciclista amateur en un equipo navarro, aprovechó el parón de invierno para navegar. Iker buscaba pareja. Y se volvieron inseparables. "Iba a seguir en bici otro año, pero la aparqué", recuerda Xabi. "Son ya muchos años juntos, viviendo en pareja. Nos llevamos mejor que algún matrimonio. Hay tripulaciones que se llevan a morir", apunta Iker.
Juntos lo han ganado todo: Europeos, Mundiales y Juegos Olímpicos. "¿Valorados? No somos populares", se resignan. El Museo Marítimo de Bilbao, por ejemplo, rechazó la donación del barco con el que ganaron el oro en Atenas: "Un barco precioso y gratis. Nos quedamos a cuadros". En la arena de Palma se entrenan casi en el anonimato. Hace un mes prescindieron de su técnico, el argentino Ramón Oliden, para "estar tranquilos" y ahora les acompaña Diego Quintana, el preparador físico. Cuatro o cinco horas diarias en el mar, el gimnasio y los mimos al barco llenan sus jornadas. A bordo de una zódiac, cuesta seguirles. "Iker está a las ocho en el sofá y a las once durmiendo. "En año y medio hemos salido dos noches", cuenta Bárbara; "se nota en el carácter que es un año olímpico. No están relajados. Todo lo demás pasa a un segundo plano".
Diego refuerza la compenetración de Iker y Xabi con ejercicios como recorrer un circuito de aros de colores o realizar abdominales levantándose a la vez. Todo para que sobre el barco sean uno solo. "Han de moverse como una pareja de baile, tener una sincronía perfecta, saber la estrategia con mirarse", dice. Por ello algunas tripulaciones (daneses, italianos y alemanes) son hermanos. También trabajan la velocidad de reacción (desplazamientos para coger un cabo) y de equilibrio con plataformas vibratorias en forma de media esfera que simulan el ajetreo del barco. Las pesas les sirven para fortalecer tobillos, rodillas y hombros. Y un reloj de muñeca registra su rendimiento (pulsaciones, calorías) en un ordenador. "Son unos locos del deporte", dice Diego; "se pican a todo: squash, bici, baloncesto...". Iker practica el surf en algún rato libre. Y hasta han pensado hacer un triatlón. Claro que en la canasta gana Diego: jugó de base dos partidos de la ACB en 2003 con el Gran Canaria.
"De fuerza están muy bien. Incluso deben perder masa muscular", apunta. De eso se ocupa Mari Carmen Vaz, médico de la federación. "El peso para Pekín está muy por debajo de su ideal. Un mes antes casi dejarán de comer. El riesgo es que anden sin fuerzas porque ingieren menos calorías de las que gastan", cuenta. Iker perdió seis kilos en un mes comiendo casi sólo lechuga.
Desde que en 2004 se eliminó el peso mínimo (148 kilos por pareja), la dieta la marca el viento. "Y en Qingdao el mar es un espejo, apenas cuatro nudos", dice Quintana. "De diez días, nueve hay poco viento. Es un asco. La decisión de navegar allí es más política que deportiva. Nos mandan allí porque es un puerto comercial", se queja Iker. "No está hecho para navegar", añade Xabi. El equipo chino, de hecho, se prepara a dos horas de allí. La pareja española ha viajado dos veces a Qingdao y volverá otras dos antes de los Juegos. Todavía, sin embargo, no saben con qué barco competirán. Su nuevo 49er, construido en Nueva Zelanda, costará 20.000 euros y un mes de trabajo.
Después de defender el oro olímpico, disputarán la Vuelta al Mundo. Otros nueve meses fuera de casa. "Es duro, lo sufren las familias", dice Xabi, cuya mujer e hijo viven en Bilbao. "Pero llevamos tanto tiempo que la gente nos ha conocido así", cuenta Iker, "ésta es nuestra vida".
fuente: J. Morenilla (elpais.com)